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Cristiano es mucho Cristiano
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Cristiano es mucho Cristiano
Sin el portugués los de Pellegrini fueron una calamidad
El Sevilla es un equipo extraordinario, de los mejores de Europa y más allá. Y no pretendo descubrir nada. Lo señalo, simplemente, para fijar el escenario del análisis. Escenario, por cierto, que anoche rugía, el Pizjuán. Allí cayó el Madrid sin ninguna deshonra, vaya esto en su descargo, aunque con demasiados errores, y apúntese la crítica en el debe del entrenador y de varios futbolistas que por aquí irán apareciendo.
Con el Sevilla la originalidad es imposible. Ya sabemos que su problema no es la intensidad. A máxima temperatura y encendido por su estadio, el equipo resulta casi inabordable, porque abrasa. Sin embargo, conocida su fortaleza, el Madrid hizo poco por interrumpir sus caminos. Planteó una lucha honorable, chocando pecho contra pecho, pero no aportó soluciones tácticas que compensaran el fuego local. O dicho de otro modo: ignorados los puntos fuertes del rival, Pellegrini obvió los puntos débiles de su propio equipo. Puesto sobre el césped: Marcelo sobre Navas, un lateral con escasa tensión defensiva contra el extremo más afilado de la Liga.
Acepto que es injusto responsabilizar a un solo jugador de lo que pelean veintidós. Pero la vida, en ocasiones, es cruel. Y los entrenadores, también. Abandonado a su suerte, Marcelo no sólo fue el ujier que abría las puertas a Navas, sino que le regaló el primer gol con la pasividad que jamás mostrará un defensa verdadero.
A quien me diga ahora que el Sevilla no es sólo un extremo, le diré que es cierto, que son dos. Mientras Navas hacía sangre, Perotti, en la otra costa, atacaba a Sergio Ramos, que es otro lateral sin vocación. Y en un combate tan fabuloso por esas dos grietas cabe un tormento.
Diferencia
De manera que cuando el tablero quedó definido lo vimos así: el Sevilla jugando a lo que sabe, volcán y bandas, y el Madrid improvisando, algo sofocado, pues aún no se había enfrentado a un adversario tan feroz ni lo había estudiado, por lo que parece.
Y en ese trance, hay que decirlo, decepcionó Kaká. No estuvo a la altura de su talento y apenas colaboró en la salida de un balón. Al jugar por delante de la línea de creación, su influencia se reduce dramáticamente y entonces la comparación con Cristiano, con su peso, resulta inevitable.
Pese a todo, el Madrid resistía. Mientras el Sevilla percutía por los flancos, el visitante se afanaba en conectar pases, rápido y al toque, para salvar marcas y tobillos. Cuando enlazó más de cuatro pases, creó peligro y fabricó ocasiones. La mejor la desaprovechó Benzema, incapaz de golpear siquiera un gran pase de Raúl.
El gol de Navas, un cabezazo sobre la mansedumbre de Marcelo, fue la conclusión lógica de cuanto ocurría. Y la consiguiente reacción del Madrid destapó el orgullo de un gran grupo que está por cuajar, pero que ofrece esperanzas.
Luego llegaron los milagros de Casillas. En el primero despejó un cabezazo a bocajarro de Renato. En el segundo, y más memorable, tocó un balón que todos vimos dentro, menos él: Negredo superó a Albiol y su pase lo remató Perotti a puerta vacía, o eso creyó. Casillas, tan lleno de fe como de agilidad, se lanzó como Supermán y sacó una pelota que ya nacía gol.
Pepe empató de cabeza y la sacudida volvió a delatar a los contendientes. Más preparado el Sevilla y más silvestre el Madrid, tanto que ni los balones parados los defiende de memoria. Lo disfrutó Renato en el segundo gol. Tras el saque de un córner, nadie le vigilaba en la olla del área. Nadie.
El Madrid, más vivo con Higuaín, volvió a recurrir al honor y casi le llega. Pero esgrimirlo como consuelo casi ofende. La única verdad es que el Sevilla te mide y el Madrid aún debe crecer. Y estudiar.
El Sevilla es un equipo extraordinario, de los mejores de Europa y más allá. Y no pretendo descubrir nada. Lo señalo, simplemente, para fijar el escenario del análisis. Escenario, por cierto, que anoche rugía, el Pizjuán. Allí cayó el Madrid sin ninguna deshonra, vaya esto en su descargo, aunque con demasiados errores, y apúntese la crítica en el debe del entrenador y de varios futbolistas que por aquí irán apareciendo.
Con el Sevilla la originalidad es imposible. Ya sabemos que su problema no es la intensidad. A máxima temperatura y encendido por su estadio, el equipo resulta casi inabordable, porque abrasa. Sin embargo, conocida su fortaleza, el Madrid hizo poco por interrumpir sus caminos. Planteó una lucha honorable, chocando pecho contra pecho, pero no aportó soluciones tácticas que compensaran el fuego local. O dicho de otro modo: ignorados los puntos fuertes del rival, Pellegrini obvió los puntos débiles de su propio equipo. Puesto sobre el césped: Marcelo sobre Navas, un lateral con escasa tensión defensiva contra el extremo más afilado de la Liga.
Acepto que es injusto responsabilizar a un solo jugador de lo que pelean veintidós. Pero la vida, en ocasiones, es cruel. Y los entrenadores, también. Abandonado a su suerte, Marcelo no sólo fue el ujier que abría las puertas a Navas, sino que le regaló el primer gol con la pasividad que jamás mostrará un defensa verdadero.
A quien me diga ahora que el Sevilla no es sólo un extremo, le diré que es cierto, que son dos. Mientras Navas hacía sangre, Perotti, en la otra costa, atacaba a Sergio Ramos, que es otro lateral sin vocación. Y en un combate tan fabuloso por esas dos grietas cabe un tormento.
Diferencia
De manera que cuando el tablero quedó definido lo vimos así: el Sevilla jugando a lo que sabe, volcán y bandas, y el Madrid improvisando, algo sofocado, pues aún no se había enfrentado a un adversario tan feroz ni lo había estudiado, por lo que parece.
Y en ese trance, hay que decirlo, decepcionó Kaká. No estuvo a la altura de su talento y apenas colaboró en la salida de un balón. Al jugar por delante de la línea de creación, su influencia se reduce dramáticamente y entonces la comparación con Cristiano, con su peso, resulta inevitable.
Pese a todo, el Madrid resistía. Mientras el Sevilla percutía por los flancos, el visitante se afanaba en conectar pases, rápido y al toque, para salvar marcas y tobillos. Cuando enlazó más de cuatro pases, creó peligro y fabricó ocasiones. La mejor la desaprovechó Benzema, incapaz de golpear siquiera un gran pase de Raúl.
El gol de Navas, un cabezazo sobre la mansedumbre de Marcelo, fue la conclusión lógica de cuanto ocurría. Y la consiguiente reacción del Madrid destapó el orgullo de un gran grupo que está por cuajar, pero que ofrece esperanzas.
Luego llegaron los milagros de Casillas. En el primero despejó un cabezazo a bocajarro de Renato. En el segundo, y más memorable, tocó un balón que todos vimos dentro, menos él: Negredo superó a Albiol y su pase lo remató Perotti a puerta vacía, o eso creyó. Casillas, tan lleno de fe como de agilidad, se lanzó como Supermán y sacó una pelota que ya nacía gol.
Pepe empató de cabeza y la sacudida volvió a delatar a los contendientes. Más preparado el Sevilla y más silvestre el Madrid, tanto que ni los balones parados los defiende de memoria. Lo disfrutó Renato en el segundo gol. Tras el saque de un córner, nadie le vigilaba en la olla del área. Nadie.
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